Teresa tiene más de 60 años vendiendo almojábanas en Valledupar

Con las fuerzas casi acabadas Teresa de Jesús Sierra Gutiérrez recorre los 20 kilómetros que la separan de su natal municipio La Paz, para llegar a diario a Valledupar a vender las almojábanas y arepas que desde hace más de 60 años ella prepara y sale a ofrecer en oficinas y calles de la capital del Cesar.

Esta mujer, de 81 años, piel oscura y maltratada por el sol, paso lento, por su edad las fuerzas no son las mismas para cargar el peso de una ponchera con almojábanas y una olla con arepas, dice que a pesar del cansancio, debe salir a vender, es la única forma que tiene para poder comer y llevarle “un bocadito” a un nieto que ella ha criado como si fuera un hijo. Recuerda que tuvo siete hijos, los dos mayores los perdió por la absurda violencia. “Uno me lo mataron jovencito en La Paz y al otro me lo mataron en Venezuela, en una pelea, él se había ido a trabajar y lo esperó la muerte”, recuerda con dolor esta mujer.

Tere como es conocida esta luchadora de la vida, se desplaza por diversas oficinas de Valledupar, esquinas y sector comercial. Su tarea inicia a las tres de la madrugada, hora en que se levanta a preparar sus alimentos, hornearlos y salir a las siete de la mañana a la capital del Cesar; esta actividad la termina después del mediodía. Más de cuatro horas recorriendo la ciudad, bajo el inclemente sol y con el propósito de vender todo lo que prepara.

En la tarde regresa a La Paz, a su casa situada en el barrio Fray Joaquín, en la salida a Manaure, llega a preparar alimentos a esa hora almuerza y come con su nieto quien le cuida la casa y también la quiere ayudar a vender, pero ella quiere que mejor estudie, se prepare para ser un hombre de bien con un buen trabajo.

La receta para una buena almojábana

“El médico me había dicho que no saliera, que tuviera reposo, es que mire la mano como la tengo de torcida, ese es el calor del horno y luego me toca entrar al frío de las oficinas. También me caí y me fregué una rodilla y la otra pierna también me duele, pero me toca hacerme la loca, si no me paso el día sin trabajar y si no trabajo no como”, cuenta Tere, mientras le insiste a un mensajero que le compre una almojabanita de 500 pesos.

Teresa reconoce que de sus cinco hijos que le sobreviven, solo una tiene los medios económicos para ayudarla, ella vive en Ibagué, Tolima y siempre está pendiente de enviarle alguito para sus medicinas y comprarse un mercado. “Mi hija me dice que no salga a vender, que me quede en casa, pero yo ya me acostumbré a vivir así y si no salgo es una forma de morirme en vida, no se quedarme quieta”.

A Tere no le gusta que le compren por pesar o lástima, sabe que sus almojábanas y arepas conservan el tradicional sabor que hoy se ha venido perdiendo. “Las almojábanas llevan leche, maíz, azúcar, bicarbonato y queso. Ahora hay gente que hasta bocadillo le agregan y así no es, echan a perder el producto”, comenta la octogenaria que con tenacidad y orgullo quiere vivir muchos años para vender y después descansar.

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