Escrito por Liliana Vanegas Romero
En días de cuarentena hay un maestro que el confinamiento no le ha afectado. Él, profeta en la tierra de la música vallenata es el mejor siendo técnico de acordeones. Es de los pocos que se desenvuelven en este arte de fuelles, pitos y encontrar el tono perfecto.
Con orgullo y sin que sus 78 años se le noten, este hombre, considerado por muchos como un juglar, es hijo y nieto de músicos. Es de los pocos padre de una dinastía de acordeoneros, muchos en su haber son reyes, uno es rey de reyes.
Y es que este artesano de acordeones, de oído acucioso, caminar y hablar pausado es Ovidio Enrique Granados Durán. Conversar con él es evocar décadas de parrandas vallenatas, correrías musicales y triunfos festivaleros, no en vano su hermano y dos de sus doce hijos se han coronado reyes en el Festival de la Leyenda Vallenata.
Mientras muchos se quejan de la cuarentena, para él los días de aislamiento social obligatorio lo deja tranquilo, los pasa en su casa, en el amplio y fresco kiosko al final de su patio en el barrio Los Caciques, en Valledupar, lugar que desde hace cinco décadas es su taller. Transcurre su labor frente a un viejo pero fuerte escritorio de madera, con tres gavetas y sobre él reposan fuelles, tornillos, destornilladores, afinadores y retazos de acordeones, muchos de ellos están en el suelo, al lado de su mecedora.
Al fondo, de su vieja grabadora, eterna compañía mientras trabaja suena una canción del maestro Calixto Ochoa, que con orgullo recuerda que él interpretó el acordeón después que le aceptó el llamado a Diomedes Díaz, para que fuese su pareja musical. El tema es Diana.
“Voy navegando por este mundo sin rumbo fijo
a ver si encuentro el barco pirata dónde se fue
Si no le encuentro yo me convierto en un submarino
Y hasta en el mismo fondo del mar yo la buscaré…”
Mientras avanza la primera estrofa de este tema sus ojos se llenan de brillo, recuerda que el maestro Calixto Ochoa lo felicitaba por la chispa y el profesionalismo con el que interpretó esa canción, que aún mantiene en su mente.
Entre diálogos, este hombre que nació en octubre de 1941 en Mariangola, corregimiento del norte de Valledupar, cuenta que aprendió a tocar acordeón viendo, de la misma manera en que supo cómo arreglarlos, observaba al también acordeonero Ismael Rudas y se acuerda que su primer instrumento se lo regaló un tío con apoyo de su mamá, su papá a pesar de ser músico no quería que le siguiera sus pasos. A los ocho años ya tocaba acordeón, a los 15 animaba fiestas y reparaba sus propios instrumentos musicales, así inició trayectoria.
Don Villo, como le gusta que lo llamen, ama la fiesta más grande de Colombia, el Festival de la Leyenda Vallenata y no es para menos, es la época en que su taller es paso obligado de músicos de muchas latitudes que lo buscan para que les ajuste o arregle sus instrumentos. Y aunque la pandemia por el Coronavirus aplazó la fiesta que desde hace 52 años despide al mes de abril este artesano de los fuelles se enorgullece de haber hecho historia en la mítica plaza Alfonso López
Se enfrentó, con menos de un cuarto de siglo, en 1968 cuando se inauguraba el Festival de la Leyenda Vallenata, con el negro Alejandro Durán, fue ovacionado pero no le ganó, Durán interpretó cuatro aires él sólo tres. Obtuvo el segundo lugar en esa fiesta que por primera vez congregaba público en la plaza Alfonso López, insistió en 1975 y en 1983, quedando siempre detrás del ganador, se cansó de ser segundón y no se presentó más. Pero sus hijos sí, dos de ellos Hugo Carlos y Juan José, alcanzaron ser monarcas del acordeón, al igual que su hermano Almes.
Sabe que es el mejor en su arte su profesionalismo lo llevó lejos, fue invitado a la fábrica más grande de acordeones en Europa. Estuvo 18 días en Alemania viendo cómo otros, tal vez con mayor técnica, pero no con su misma agilidad, restauraban y fabricaban el instrumento que él tanto apasiona. Su hijo también arregla acordeones por eso aprovecha para decirle a quienes se dedican a este oficio a que sean honestos, tengan buen oído y les apasione este oficio.
Y así, entre fuelles, lenguetas , pitos y tuercas transcurren los días de este genio quien aprovecha la cuarentena para hacer lo que más le gusta tocar acordeón y arreglar cuando la nota no sale bien.