Estamos acostumbrados a ver la educación de dos formas; la educación para el trabajo y la educación para formar ciudadanos. En la primera hay un vínculo entre el mundo académico y el sistema económico, pues se entiende a la educación como motor de desarrollo y se ofrece una formación técnica, tecnológica y profesional que responde a las necesidades del mundo laboral actual. Por su parte, la segunda visión tradicional de la educación establece un vínculo entre el mundo académico y el régimen político, pues la finalidad es formar a los estudiantes en valores y principios democráticos para que cumplan sus deberes como ciudadano, de manera que se pueda respetar las leyes y contribuir al buen funcionamiento y bienestar de la sociedad. No obstante, ¿puede ser la educación comprendida más allá de estas dos visiones?, considero que sí, y a continuación, reflexiono un poco sobre una tercera alternativa que construya un vínculo directo entre la educación y la paz.
No puedo negar que estas dos visiones tradicionales sobre la educación han contribuido al progreso económico y a la consolidación de una cultura democrática en el país. Sin embargo, siento que estas dos nociones nos pueden llevar a una especie de zona de confort sobre cómo entendemos el papel de la educación en una sociedad, limitando así el verdadero potencial transformador de esta. Es por ello que, en aras de potencializar los beneficios que las visiones tradicionales de la educación han traído para la sociedad, creo que se debe conectar el sistema educativo con la paz.
Lo anterior no nace de un capricho mío, sino que nace de un reto histórico que ha tenido el país, el cual es la resolución pacífica de los problemas para así construir a una paz estable, justa y duradera. Cabe recalcar que por problemas no me refiero exclusivamente al conflicto armado colombiano, sino también a esos problemas de la vida cotidiana que no son tramitados de forma pacífica, y que reproducen los ciclos de violencia que afectan al país; por ejemplo, la discusión entre dos conductores en una carretera, la pelea por el alto ruido de la música o la confrontación porque mi mascota regó la basura frente a la terraza de la casa de mi vecino.
Es por esto que la conexión entre la educación y la paz no se debe limitar a impartir una asignatura de Catedra de Paz, o a ampliar los contenidos temáticos en la asignatura de Ética y Valores que se enseña en los colegios del país. Por el contrario, este vínculo debe convertir a los centros educativos en laboratorios participativos que generen nuevas e innovadoras estrategias y propuestas para resolución de los problemas; desde los problemas de convivencia ciudadana hasta los problemas que han desencadenado en el conflicto armado colombiano.
Me parece incoherente que en los colegios los problemas se sigan resolviendo de la misma manera que en el resto de la sociedad, es decir, a través del castigo, como si las Instituciones Educativas fueran una especie de cárcel. Recuerdo que cuando estaba en el bachillerato el castigo a los estudiantes indisciplinados era enviarlos a la biblioteca a organizar libros, esto no solo me parece una forma poco constructiva y pertinente para resolver un problema “la indisciplina de los alumnos”, sino que agrava otros problemas como el desinterés de los estudiantes con la lectura, pues estos jóvenes castigados relacionaban la biblioteca, un lugar que debería ser visto como un centro del saber, con un centro de corrección.
Establecer un vínculo entre la educación y la paz no es una utopía o un simple cuento bonito, más bien, es un gran reto que el sistema educativo debe asumir seriamente si quiere responder a los esfuerzos del Estado para hacer de la educación el motor que genere paz en Colombia. De esta manera, la educación no solo debe ser pensaba para formar jóvenes en deberes o prepararlos para el mundo laboral, sino que debe empezar a ser pensada como formadora de agentes y líderes que trabajen por una construcción colectiva de paz.
Escrito por Álvaro Jose Vega Ramos, Sociólogo