El Mambeo del pueblo Wiwa


El mambeo se convierte en el aliciente que los mantiene con energías- foto: Jairo Jiménez Delgado

En la cuenca alta del río Ranchería, corazón de la Sierra Nevada de Santa Marta, se ubica La Laguna del pueblo indígena Wiwa, donde los hombres, a través del demburro (poporo), mambean el conocimiento adquirido desde su niñez.

En medio de la vegetación y de las cristalinas aguas del Ranchería, apareció Pablo, un joven indígena, a quien le importó poco el largo recorrido desde su resguardo hasta el pueblo La Laguna, donde se realizó la gran asamblea de la que tanto le habían hablado sus mayores.

Sentado en un banco de madera y con el rostro inclinado hacía el fuego, Pablo presenció toda la ceremonia, que duró siete días y siete noches. El mambeo se convirtió en el aliciente que lo mantuvo despierto durante el ritual celebrado por los sabios de esta comunidad indígena.

Esta ceremonia confirmó su paso de la adolescencia a la adultez. Pablo, con sigilo y rigurosidad, siguió al píe de la letra uno a uno los consejos de sus mayores que al final le permitieron ganarse un espacio en su comunidad.

El tan anhelado día finalmente llegó, y por fin todos lo respetarían como adulto. La preparación para este gran momento demoró mucho tiempo. Pablo, desde muy niño, estuvo pendiente del trabajo de su comunidad, sin dejar a un lado sus estudios.

Días previos a la asamblea, este joven debió iniciar el proceso de superar la niñez. Eligió su calabazo y comenzó a darle forma a su demburro (poporo). Después de saber la forma que le daría a su calabazo, vino el proceso de purificación que lo mantuvo conectado con las autoridades de su comunidad.

“Ganarse el respeto de toda una comunidad no es nada fácil. Después de lograda esta hazaña se me enseñó a preparar el polvo de conchas de mar que se mezcla con el Ayu”, señaló el joven mientras formaba una bola de hojas de coca tostada que la introducía en sus cachetes.

Esta acción la repetía una y otra vez, mientras se desarrollaba la asamblea. El madero llamado sokʉnʉ recogía del interior del calabazo, no solo las hojas de coca húmedas con su saliva, sino su pensamiento, su espíritu y su esencia.

Pablo debía mantenerse enérgico, amilanando el cansancio y sosteniendo el poporo entre sus enormes manos. Los ancianos no bajaban la guardia, el que se cansaba y desfallecía era expuesto en público y se le atrasaba el gran anhelo de ser adulto.

Mientras los sabios debatían las necesidades del territorio ancestral, uno a uno se fue pasando de mochila en mochila los manojos de hojas de coca que permitirían a los indígenas permanecer en vela las siete noches que concluyó con la aprobación de un joven llamado Pablo, quien se ha convertido en un hombre del pueblo Wiwa.

Escrita por: Jairo Jimenez Delgado

 

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